miércoles, 6 de julio de 2011

Mercado abigarrado


Por Maya Romero


En estos tiempos, que parecen desesperanzadores y conflictivos, se respira un aire de posibilidades para entender nuestro entorno y tratar de vernos desde afuera; casi intentando desprender los ojos de nuestro rostro fisiológico para ver nuestro rostro natural.


En el intento, veo el cuadro que me rodea para tantear la influencia que ejerce todo este cúmulo de colores, olores, formas e individuos que me sitian en mi condición prestada de cochabambina, pretendiendo entender la construcción imaginaria de la identidad Cochala. Como diría Zabaleta Mercado: una sociedad abigarrada, eso es lo que somos juntados, amontonados, entremezclados, sin orden ni conexión lógica. En otras palabras, si hablo de la LLajta veo un cuadro con la técnica de pintura abigarrada, donde varios colores se aplican sin el menor intento de ser una obra de arte, al combinarse elementos varios y heterogéneos en el modus vivendis de los pobladores.


Este cuadro abigarrado da una pauta para afirmar que el cochabambino es “desordenado por costumbre”: no solo en sus rasgos culturales, o en sus representaciones simbólicas visibles en su relacionamiento con sus pares, sino también, en su posicionamiento y asentamiento en el espacio que habita. Solo hace falta dirigir la mirada a los cerros del parque Tunari por el norte antes tupido por árboles y ahora por casas, o ver Cerro Verde por el sur semejante a un cono invertido compuesto por casas que parecen invertidas dando la impresión de que penden de un hilo para no caer en el abismo de otras muchas casas que lo sostienen, confirmando el crecimiento desordenado ocasionado por los asentamientos poblacionales sin planificación.


Sus rasgos culturales, enraizados en tradiciones y costumbres populares se entremezclan de manera desordenada para traducirse en su proceso de interacción o manifestaciones de su cotidianeidad: cuando va al trabajo y por el apuro se transporta en el micro repleto de personas, cual si fuera bandera flameando en la puerta del transporte público o al protestar por hacer fila en el banco para cobrar el giro que le llegó de España.


Podríamos representar a Cochabamba como un “mercado”, donde la conjunción de puestos de venta, la variedad de productos ofrecidos en ella, y la singularidad con que se relacionan los participantes en este espacio, es la expresión más clara de la diversidad que marca el rasgo característico del departamento.


Esa mezcla pictórica y abigarrada se observa en la manera en que están distribuidos los puestos de venta semejante a la distribución de las casas en la LLajta y en la socialización de los individuos que participan en el festejo constante de la compra y venta, pues de eso y para eso se vive.


Laberinto de calles estrechas eres, lleno de olores y ruidos, de colores y sabores, en tu interior se desenvuelven y envuelven sucesos que más allá de ser transacciones económicas de oferta y de demanda, de compra y venta, son expresiones de lo que eres. En tus rincones se puede encontrar a una cholita vendiendo tomates o limones encima de su aguayo, a un vendedor de plátanos que oferta su producto utilizando una carretilla de obra que le sirve para deambular por los pasillos en busca de compradores. Mientras voy ingresando a tu interior diviso tu universo, me atrae el aroma seductor de un picante de pollo proveniente del puesto de comidas lleno de humo donde la cocinera prepara la comida con el niño cargado a la espalda dentro del aguayo, a lado de una relojería casi de lujo.


El arte de la negociación es un rasgo peculiar que se observa en la gente que a ti acude, nadie puede negar el talento con el cual manifiestan claramente su “libertad”, la libertad de regatear con los vendedores en la compra de un producto te da la satisfacción de haber hecho una buena compra y festejas tu acierto, hasta que a media cuadra o pasando algunos puestos de venta encuentras a alguien que te lo deja más barato; oyes el llamado de la Caserita- ¿qué vas a llevar?... y la envidia te corroe al ver cómo otra persona se lleva el mismo producto que compraste, pero a menor costo.


Toda esta diversidad lleva a los actores de este mercado a encarar o enfrentarse con el temor más grande que aflige al Cochala; rechaza lo que es porque en realidad no sabe quién es. Este autorechazo es marcado y se refleja en la murmuración de la hija al oído de la madre cuando ve a su vecina comprando en oferta, sin darse cuenta de que las que critican están comprando en el mismo lugar y el mismo producto. O cuando la señora que va a comprar a la relojería fina un reloj suizo para su esposo y al ingresar a la tienda pide a la vendedora de limón que se aparte de su camino maltratándola, recuerda al salir de la tienda que le hace falta limón para su Sushi y se acerca a la vendedora diciendo: Caserita…véndeme tus limones!!!. Cuál es el temor que provoca la diversidad de la masa que se da cita en el mercado y se ve mejor comparándose con el otro al resaltar sus defectos, a ver si así los propios se invisibilizan.


De cualquier forma, en el mercado y su desorden se refleja el rasgo característico del Cochala costumbrista, degustador de los manjares gastronómicos, negociador, vendedor y comprador, criticón y criticado, amigo y rival, con la posibilidad de que este espacio genere el escape que necesita para no verse a sí mismo, ni siquiera en el reflejo del mostrador. La autodeterminación de la masa se ve reflejado en este espacio abigarrado, porque eso es lo que en realidad es el llajtamasi: una mezcla desordenada de rasgos, costumbres, expresiones, colores, fiesta que le da libertad.


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